Por Bryan Villar
Los arrecifes de coral son ecosistemas subacuáticos extraordinariamente diversos que se forman en las aguas cálidas, limpias y poco profundas de los mares tropicales. Estas tres condiciones componen el escenario óptimo para que, por un lado, las plantas y algas realicen la fotosíntesis, y por otro, que exista un flujo continuo de nutrientes gracias a las corrientes marinas.
A pesar de ocupar menos del 0,5% de la superficie oceánica – unos 600.000 km2 – son el hábitat de más de una cuarta parte de las especies marinas que existen. La mayor concentración de arrecifes de coral se sitúa entre el Mar Rojo y el Océano Pacífico, pero también se hallan corales, aunque con mucha menor frecuencia, en aguas profundas, frías e incluso en la desembocadura de los grandes ríos.
Como su nombre indica, lo que define y diferencia a los arrecifes es que están formados por corales, que son los exoesqueletos de carbonato de calcio con que se protegen unos organismos invertebrados llamados pólipos. Estos tejidos sólidos, donde se esconden los nocturnos pólipos durante el día, se mantienen tras la muerte del animal y forman en su conjunto una gigantesca masa calcárea sobre la que se acumulan otros sedimentos y donde se desarrollan otros corales y algas.
Los pólipos del coral están emparentados con las medusas y recuerdan a minúsculas anémonas, de menos de 5 mm de diámetro, con tentáculos dispuestos alrededor de su boca. Cuando muchas colonias de pólipos crecen una al lado de la otra, se forma un arrecife coralino. Los pólipos que forman los arrecifes viven en simbiosis con algas unicelulares, llamadas zooxantelas, de las que obtienen alimento y energía y que son responsables del color de los corales. Gracias a sus tentáculos, dotados de células urticantes, los pólipos también capturan organismos microscópicos planctónicos.
Los arrecifes de coral se dividen en tres categorías principales las cuales fueron establecidas por Charles Darwin a mediados del siglo XIX.
Los arrecifes costeros son los que crecen en aguas someras, sobre la plataforma continental, con poca o ninguna separación de la orilla. Representan el ecosistema acuático más complejo.
Los arrecifes de barrera, como la Gran Barrera de Coral, en Australia, están separados de las costas por lagunas de agua salada y pueden llegar a ser muy anchos y profundos.
Finalmente, los arrecifes atolones, como el de Tahití, tienen forma de anillo que rodea a una laguna central profunda, tan rica en vida marina como el propio coral. Se forman a partir de arrecifes costeros presentes en la ladera de antiguos volcanes sumergidos. Al subir el nivel del mar o hundirse el volcán, el arrecife sigue creciendo, formando un anillo de islas.
Científicos afirman que el 75% de los arrecifes de coral del mundo están en riesgo y por lo menos 10% ya están perdidos sin vuelta atrás. ¿Pero por qué son tan importantes?
BIODIVERSIDAD: Los arrecifes de coral son hogar de una cuarta parte de todas las especies marinas del mundo.
ALIMENTO: Benefician a más de 500 millones de personas que viven cerca de la costa brindándoles seguridad alimentaria.
TURISMO: Proveen de empleos a millones de trabajadores turísticos (¡a quien no le gusta nadar en corales?!).
PROTECCIÓN: Sirven como barreras marinas que protegen del oleaje durante tormentas, huracanes o tsunamis, protegiendo a las comunidades costeras vecinas.
MEDICINA: En los ecosistemas de corales se han encontrado componentes medicinales en varias especies marinas que habitan en ellos.
El destino de los arrecifes de coral depende en gran medida de que la población humana reduzca la pesca desmedida y la emisión de gases de efecto invernadero que calienta los océanos. Si queremos revertir la predicción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) sobre el cese de todos los arrecifes de coral para finales de este siglo, necesitamos reducir drásticamente las actividades que provocan el calentamiento global.
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