Por Bryan Villar
El lobo mexicano (Canis lupus baileyi), es la subespecie genéticamente más distintiva del lobo gris. El cuerpo de este lobo tiene dimensiones ligeramente mayores a las de un pastor alemán. Su pelaje, en ocres, negro y crema. Sus ojos, de tono amarillo, profundo y brillante, nos recuerdan el precioso ámbar de las maderas del sureste.
En cuanto a su alimentación, su presa habitual es el venado cola blanca y, en promedio, puede llegar a consumir hasta casi 3 kg de carne al día, siendo capaz de comer grandes cantidades de alimento en poco tiempo. En ocasiones no siempre tienen disponibles esas cantidades, por lo que se conoce que los lobos salvajes pueden ayunar durante 2 semanas o más, mientras continúan la búsqueda de comida.
El lobo es el único miembro de los cánidos americanos que tiene un comportamiento social definido, ya que forman manadas y núcleos familiares cerrados con una jerarquía perfectamente establecida, donde el macho alfa es el dominante y encargado de defender a todo el grupo, seguido por una macho beta.
Son muy territoriales, defendiendo activamente su área de acción. En vida salvaje pueden vivir entre 7 y 8 años, mientras que en cautiverio llegan hasta los 15, reproduciéndose sólo una vez al año.
Históricamente esta especie se distribuía desde el desierto de Sonora, Chihuahua y centro de México, hasta el oeste de Texas, sur de Nuevo México y Arizona central. Habitaba ambientes relativamente húmedos, preferentemente en bosques templados y pastizales, donde tenía acceso a una mayor disponibilidad de presas.
El lobo mexicano fue declarado en peligro de extinción a finales de los años 70 y en ese entonces se estimó que su población era muy pequeña, con apenas medio centenar de individuos. Hoy en día esta especie se protege, rehabilita y conserva en el norte de México y el sur de Estados Unidos.
La reducción de sus presas, como por ejemplo los ciervos, causó que los lobos comenzaran a atacar al ganado, lo que produjo su caza indiscriminada, así como el trampeo y envenenamiento de los animales y el empleo de pesticidas (como el monofluoroacetato de sodio), lo que llevó drásticamente a la reducción de sus poblaciones. En la década del 50, el lobo mexicano fue eliminado en estado salvaje y en 1976 fue declarado como una especie amenazada.
Debido a que los lobos depredaban ganado, la pérdida económica de los ganaderos fue el argumento más importante para erradicarlos. Hoy en día, aún existe una fuerte actitud de rechazo por parte de ellos para la reintroducción de lobos, y es por ello que son muy importantes los programas de educación ambiental y de manejo de especies, así como el establecimiento de un seguro ganadero por depredación.
Actualmente, la principal amenaza para el lobo mexicano es la pérdida de su hábitat (bosques templados y pastizales), ya que anualmente se deforestan y fragmentan cientos de hectáreas de bosques templados en la zona de su distribución para destinarlas a actividades agropecuarias.
Desde las década del 70 y 80 comenzaron las campañas para recuperar las poblaciones del lobo mexicano a partir de los últimos ejemplares que se lograron capturar en México. Durante ese tiempo fue creado el Plan para la supervivencia del lobo mexicano (AZA Mexican Wolf SSP) y tanto en Estados Unidos como en México, comenzó un programa de recuperación en cautiverio que tenía como objetivo la reproducción de ejemplares para luego poner las crías en libertad.
Es crucial que se inviertan más recursos en esfuerzos para apoyar a las comunidades que viven en territorio de lobos; escuchar y trabajar conjuntamente para explorar maneras en que humanos y grandes carnívoros puedan compartir el paisaje de manera sostenible y entender y transformar miedos y concepciones erradas.
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